El Espíritu Santo es la tercera Persona divina de la Santísima Trinidad, el vínculo de amor entre el Padre y el Hijo.
Jesús envió el Espíritu Santo para edificar, animar y santificar a la Iglesia y traer almas a la comunión con Dios, para que den fruto y den testimonio de Cristo.
El Espíritu Santo hace esto a través de la proclamación del Evangelio de la Iglesia, a través de los Sacramentos, y guiando la vida moral y espiritual de los Cristianos.
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Los dones del Espíritu Santo son dosposiciones permanentes en la alma, haciéndola más dócil a las inspiraciones de Dios.
A través del poder del Espíritu, los Cristianos pueden dar mucho fruto, como el amor, gozo, paz, paciencia, bondad y autocontrol.
Estos frutos se ven cuando vivimos menos para nosotros mismos y caminamos más en el Espíritu.
El Espíritu Santo nos santifica, nos hace santos, a través de la gracia, que es una participación en la vida de Dios. La vida divina de Dios se infunde en el alma por el Espíritu para sanarla del pecado y santificarla.
Le fe y las obras se interrelacionan en el plan de salvación de Dios. El ser liberado del pecado y convertirse en un hijo o una hija de Dios es un don gratuito que se nos da a través de la fe, pero permanecemos en la familia de Dios y maduramos como Sus hijos espirituales a través del amor y las buenas obras. Así, la fe y el amor juntos nos conducen hacia la vida eterna.